Las últimas de
las nostalgias:
que él lo
entendiera.
(Wallace Stevens)
Se dice que Dios
y la imaginación son una
y la misma…
Qué alta luce la
más alta de las velas e
ilumina las tinieblas.
(Wallace
Stevens)
Dentro
de cada paciente hay un poeta que quiere salir. Para el enfermo, la distancia presta encanto a la vida. Su enfermedad le
aporta “la disolución de la personalidad” que veía T. S. Eliot como fuente de
la poesía moderna. El relato del enfermo y sus percepciones forman parte de “la
literatura de las situaciones extremas”, una expresión que estaba en boga en
los años cincuenta y que hoy en día sigue funcionando. Mi médico ideal “leería”
mi poesía, mi literatura. De este modo comprobaría que mi enfermedad me ha
purificando debilitando mis partes peores y fortaleciendo las mejores.
No
creo que haya ninguna razón por la cual los médicos no deberían leer un poco de
poesía como parte de su formación. Morir o estar enfermo es en cierto modo
poesía. Es un trastorno, una locura. En la crítica literaria se habla
continuamente del trastorno sistemático y enloquecedor de los sentidos. Por eso
me parece que los médicos podrían estudiar poesía para entender estas
disociaciones, estos trastornos, y de ese modo abarcarían más ampliamente y más
a fondo la situación del paciente.
(…)
Yo
querría que mi médico entendiera que, bajo mi superficial alegría, siento lo
que Ernest Becker llamaba “el pánico inherente a la creación” y “la ventosa del
infinito”. (…) Me gustaría que supiera a qué me refiero si le digo que, como
Baudelaire, “cultivo mi histeria con alegría y con pavor”. Y lo mismo si le
digo, como Hamlet a Horacio, “tal vez desde ahora crea conveniente adoptar un
talante estrafalario”. Mis amigos me elogian diciendo que mi actitud es
corajuda o gallarda, pero mi médico debería estar mejor informado. Debería ser
capaz de imaginar la soledad en que viven los enfermos críticos, una soledad
tan sobrecogedora como la de un cuadro de De Chirico. Quiero que sea él mi
Virgilio, que me guíe por mi purgatorio o mi infierno, señalándome todo lo que
haya que ver por el camino.
(Anatole Broyard. Ebrio de enfermedad. Prólogo de Oliver Sacks.
Traducción de Miguel Martínez-Lage. Segovia, La uÑa
RoTa, 2013)
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