Negra
dama,
dos
ojos,
ordinaria
como el tabaco, ¿quién te ha entintado?
El
zapatero no pudo ser,
ni
el escultor ni el cubista.
Un
tronco eres tú, con dos palanganas.
Eres
un edulcorante, una chupa-sangre, --eso es todo,
una
voz cálida, una amenaza y entonces la muerte.
¿Por
qué la muerte? La muerte está en cada adiós.
¿Amor,
cuando
te vayas en qué grieta te esconderás?
¿Qué
signos quedarán?
Cieno
negro no saldrá de ahí,
tampoco
la estela de los viajeros.
Descansarás
en
mi hombro como un murciélago ahogado.
En
una mano tendré que sostener este silencio.
No
habrá ninguna huella más.
Habrá
sólo esa peculiar espera.
No
habrá nada que recoger.
No
habrá nada.
Sostendré
el hilo pescado a través del techo
que
lleva al tejado, al poste, a la hierba,
y
termina en el mar.
No
quiero esperar en los rieles
pensando
en la muerte,
esa
piedra singular.
Voy
a llamar al hijo varón que nunca tuve.
Llamaré
como el judío a la puerta.
Llamaré
a la herida una y otra vez
y
tú no te rendirás
y
no será nada,
negra
dama, nada,
a
pesar de que esperaré,
desatada
y desoída.
3 de enero de
1964
(Anne Sexton. Poesía
completa. Traducción de Jesús Luis Reina Palazón. Prólogo de Maxime Kumin. Ourense, Ediciones Linteo,
2013).
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