Sabía que era poco común que me apeteciera acostarme tanto con chicos como con chicas. Me gustaban los cuerpos fuertes y la nuca de los hombres. Me gustaba que los hombres me cogieran, que me agarraran y tiraran de mí con sus puños, y también me gustaba sentir algunos objetos –mangos de cepillos, bolígrafos, dedos— hundírseme en el culo. Pero también me gustaban los coños y las tetas, la delicadeza de las mujeres, la suavidad de sus largas piernas y el modo como vestían. Tener que elegir entre una cosa y la otra me habría partido el corazón, como tener que decidir entre los Beatles y los Rolling Stones. No me gustaba darle demasiadas vueltas al asunto, por si luego resultaba que era un pervertido que necesitaba tratamiento de hormonas o electrochoques. De todos modos, cuando pensaba en ello me consideraba afortunado, porque siempre podía ir a una fiesta y regresar a casa con alguien, fuera de un sexo o del otro; aunque no iba a muchas, en realidad no iba a ninguna, pero en caso de ir sabía que podría elegir entre los unos y los otros. Pero en aquel momento todo mi amor era para mi Charlie y, lo que era más importante, estaban mamá, papá y Eva. ¿Cómo iba a pensar en otra cosa?
(Hanif Kureishi. El buda de los suburbios.
Traducción de Mónica Martín Berdagué.
Barcelona, Anagrama, 1991)
el suburbio de no saber lo que se quiere
ResponderEliminar...o de saberlo plenamente...
ResponderEliminaro el suburbio de darnos cuenta de que tampoco es tan importante...lo fundamental es bailar al compás del cuerpo que te abraza o la mirada que te secuestra...
ResponderEliminar...el suburbio de no poder bailar, de no sentir el abrazo, del miedo en la mirada...
ResponderEliminar...y pensar que no importa?...