Me lancé fuera de la pista. Mi cuerpo chocó con la valla. El alambre trenzado se clavó en la carne de mi hombro. De pronto deseé un agujero abierto en mí. Quería librarme del olor a keroseno, era mi único pensamiento. Concentrándome en eso olvidé dónde estaba. Arrastrándose por el suelo, Lilly me llamó. Pataleando pintada de rojo, dersnuda, me pedía que la matara. Me acerqué a ella. Su cuerpo se agitaba violentamente, lloraba con fuerza.
--¡Mátame, Ryu, mátame pronto!
Toqué su cuello, estriado de líneas rojas.
Entonces una parte del cielo se encendió.
Por un instante, a la luz azul pálido del relámpago todo se hizo transparente. El cuerpo de Lilly y mis brazos y la base y las montañas y el cielo nublado, todo transparente. Y entonces descubrí una línea curva atravesando la transparencia. Tenía una forma que nunca antes había visto, una blancura que se curva trazando arcos espléndidos.
--Ryu, ¿sabes que eres un bebé? No eres más que un bebé, al fin y al cabo.
Aparté la mano del cuello de Lilly y con mi lengua le quité la espuma de la boca.
Ella me quitó la ropa y me abrazó.
Un aceite que fluía de alguna parte formó un delta en torno a nuestros cuerpos –un delta con los colores del arco-iris.
(Ryu Murakami. Azul casi transparente.
Trad. de la edición norteamericana de Jorge
G. Berlanga. Barcelona, Anagrama, 1997)
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