lunes, 4 de marzo de 2024

Aquel destello ciego de luz


Se sentaron en la misma mesa que Heisenberg había ocupado aquella noche. Bohr pidió dos cervezas, que saborearon lentamente, y luego dos más, que bebieron de un trago. Durante la tercera, Heisenberg le confesó todo lo que había sucedido allí; le habló del desconocido que lo había drogado, de su miedo, del frasco sobre la mesa, de las manos de oso de aquel extraño y del fulgor en la hoja de su cuchillo; le describió el amargor del brebaje verde, las historias que el hombre le había contado, su arranque de emoción incontenible y su escape cobarde; le habló del frío que hacía afuera, de la hermosura de sus alucinaciones, las raíces pulsantes de los árboles, el baile de las luciérnagas, la pequeña luz que había cobijado entre sus palmas y la sombra gigantesca que le persiguió hasta la universidad. Le habló de todo aquello y de su vida en las semanas posteriores, lo que sentía que se venía por delante, la tormenta de ideas que se había desatado en su cabeza y el entusiasmo incontenible que se había apoderado de él desde aquella noche; pero por una extraña razón que no supo explicarse, y que tampoco hubiera podido explicarle a Bohr, ya que no lo comprendería sino décadas más tarde, no fue capaz de confesar su visión del bebé muerto a sus pies, ni de las miles de figuras que lo habían rodeado en el bosque, como si quisieran advertirle algo, carbonizadas en un instante por aquel destello ciego de luz.

(Benjamín Labatut. Un verdor terrible. Barcelona, Anagrama, 2020)

Sólo una visión de conjunto, como la de un santo, un loco o un místico, nos permitirá descifrar la forma en que está organizado el universo. 

(Karl Schwarzschild)

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