Todavía seguía siendo el tipo de hombre que podía
despertarse por las mañanas sin abrir los ojos y dejar que el nuevo día
penetrase en él a través del sonido en vez de la luz. Era primavera, los días
eran suaves y secos y los sonidos, como la gente, tenían mayor poder de
convicción. Paul escuchaba, desde la cama de la gran casa de madera, el golpe
de las puertas metálicas de los muelles al abrirse al fondo de la calle. Una,
dos… Nerby Billiot las abría de par en par para que entrara el sol. Desde los
campos de caña de azúcar al otro lado del río, una locomotora silbaba al llegar
a un cruce con la voz atenuada de un juguete de niño. En el centro del río
Chieftan, una cadena trepidaba sobre la cubierta metálica de un barco, y desde
el sur del pueblo, como el saludo de un pariente, llegaba el bordón profundo y
vaporoso de la reconstruida draga Guenwald.
Colette se empezó a mover a su lado y él se pegó a su
espalda y así se quedaron, esperando como dos cucharas en un cajón a que el
sonido estridente del silbato de la Louisiana Sawmill Company les llegara desde
el norte del pueblo, para decirles que era la hora de levantarse…
(Tim Gautreaux. El paso
siguiente en el baile. Traducción de José Gabriel Rodríguez Pazos. Madrid,
La Huerta Grande, col. Las Hespérides, 2019)
La bicicleta, Paqui la bicicleta quitala del medio.... Pelillos al río... Saludos de Félix camarero del sire Cuenca, removiendo mis libros encontré el puente de waterloo.
ResponderEliminarUn abrazote, querido amigo.
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