viernes, 17 de mayo de 2019

Dolly


En el recibidor había un perchero con muchos colgadores y un espejo. Allí estaba el sombrero de terciopelo de Dolly. A la salida del sol, cuando las brisas matutinas recorren la casa, el espejo reflejó el velo tembloroso.

Entonces supe, con una seguridad como nunca había sentido, que Dolly acababa de dejarnos. Unos momentos antes había dejado de ser vista y, en mi imaginación, la seguí. Había cruzado la plaza, luego dejó atrás la iglesia, ahora llegaba a la colina. La hierba de la pradera brillaba a sus pies. Era todo lo lejos que quería seguir.

(…)

He leído que el pasado y el futuro son una espiral cada una de cuyas vueltas contiene a la próxima y predice su forma. Quizá sea así, pero mi propia vida me ha parecido más bien una serie de círculos cerrados, de anillos que no se desarrollan con la libertad de una espiral. Para mí, pasar de uno a otro de esos círculos significa un salto, no un deslizamiento suave. Lo que me debilitaba era el intervalo entre ellos, la espera mientras no sabía hacia donde debía saltar. Tras la muerte de Dolly estuve como suspendido, sin saber adónde saltar, durante mucho tiempo.

(Truman Capote. El arpa de hierba. Trad. de Joaquín Adsuar. Barcelona, Anagrama, 1991)

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