Beberemos su
agua fría allí donde la luna ha dejado su trazo.
La larga ruta
quema enemiga a los extranjeros.
Vagamos sin
saber y no hallamos el lugar.
Queremos ver las
flores. Aquí la sed pende sobre nosotros.
A la espera y
sufriendo, henos aquí delante de la puerta.
Si es preciso
romperemos esta puerta con nuestros golpes.
Golpeamos y
empujamos, pero la barrera es demasiado fuerte.
Es necesario
languidecer, esperar y contemplar vanamente.
Contemplamos la
puerta; está cerrada, inquebrantable.
Fijamos en ella
nuestros ojos; lloramos bajo el tormento;
No dejamos de
mirarla; el peso del tiempo nos abruma.
La puerta está
ante nosotros, ¿de qué nos sirve la voluntad?
Vale más
marcharse y abandonar toda esperanza.
Jamás
entraremos. Estamos fatigados de verla.
La puerta,
abriéndose, dejó pasar tanto silencio
Que ni los
vergeles ni ninguna flor han aparecido;
Sólo el espacio
inmenso donde habitan la luz y el vacío
Se hizo de
súbito presente de parte a parte, colmó el corazón,
Y lavó los ojos
casi ciegos bajo el polvo.
(Simone Weil. Poemas seguidos de Venecia salvada. Traducción de Adela Muñoz Fernández. Madrid,
Trotta, 2006. Imagen: Tánger, 21 de abril de 2010, FN)
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