jueves, 23 de febrero de 2017

La puerta


Abridnos, pues, la puerta y veremos los vergeles,
Beberemos su agua fría allí donde la luna ha dejado su trazo.
La larga ruta quema enemiga a los extranjeros.
Vagamos sin saber y no hallamos el lugar.

Queremos ver las flores. Aquí la sed pende sobre nosotros.
A la espera y sufriendo, henos aquí delante de la puerta.
Si es preciso romperemos esta puerta con nuestros golpes.
Golpeamos y empujamos, pero la barrera es demasiado fuerte.

Es necesario languidecer, esperar y contemplar vanamente.
Contemplamos la puerta; está cerrada, inquebrantable.
Fijamos en ella nuestros ojos; lloramos bajo el tormento;
No dejamos de mirarla; el peso del tiempo nos abruma.

La puerta está ante nosotros, ¿de qué nos sirve la voluntad?
Vale más marcharse y abandonar toda esperanza.
Jamás entraremos. Estamos fatigados de verla.
La puerta, abriéndose, dejó pasar tanto silencio

Que ni los vergeles ni ninguna flor han aparecido;
Sólo el espacio inmenso donde habitan la luz y el vacío
Se hizo de súbito presente de parte a parte, colmó el corazón,
Y lavó los ojos casi ciegos bajo el polvo.
(Simone Weil. Poemas seguidos de Venecia salvada. Traducción de Adela Muñoz Fernández. Madrid, Trotta, 2006. Imagen: Tánger, 21 de abril de 2010, FN)

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