A comienzos del año 1944 me
fracturé el pie y a ello siguió un infarto cardíaco. En estado de inconsciencia
experimenté delirios y visiones que debieron comenzar cuando estaba expuesto a
un inminente peligro de morir y me daban oxígeno y alcanfor. Las imágenes eran
tan sobrecogedoras que yo mismo concluí que estaba cerca de la muerte. Mi
enfermera me dijo más tarde: “¡Estaba usted como rodeado por un claro
resplandor!” Éste era un fenómeno que ella había observado algunas veces en los
moribundos. Estaba en el límite más extremo y no sé si me encontraba en un
sueño o en un éxtasis. En todo caso, comenzaron a sucederse ante mí cosas
sumamente impresionantes.
Me pareció como si me encontrase
allá arriba en el espacio. Lejos de mí veía la esfera de la tierra sumergida en
una luz azul intensa. Veía el mar azul profundo y los continentes. Bajo mis
pies, a lo lejos, estaba Ceilán y ante mí estaba el subcontinente de la India.
Mi campo de visión no abarcaba toda la tierra, sin embargo, su forma esférica era
claramente visible, y sus contornos brillaban plateados a través de la
maravillosa luz azul. En diversos lugares la esfera terráquea parecía coloreada
o manchada de verde oscuro como la plata oxidada. “A la izquierda”, en la
lejanía, había una amplia extensión: el desierto amarillo-rojizo de Arabia. Era
como si allí la plata de la tierra hubiera adoptado una tonalidad amarillo-rojiza.
Luego estaba el mar Rojo, y muy a lo lejos, también “a la izquierda y arriba”,
podía divisar todavía un cabo del Mediterráneo. Mi mirada se dirigía
precisamente allí. Todo lo demás aparecía borroso nada más. También veía las
montañas nevadas del Himalaya, pero allí estaba nublado o envuelto en vapor.
Hacia la “derecha” no miré. Sabía que estaba a punto de abandonar la tierra.
(Carl Gustav Jung. Recuerdos, sueños, pensamientos.
Traducción de María Rosa Borrás. Barcelona, Seix
Barral, 1996)
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