Escribe tu visita en las
estaciones. Escribe tu beso en el pan y el vino. Escribe en la sorpresa.
Escribe.
Escribe en el fuego y el
laurel: tu deseo, tu espectro, tus sueños.
Mañana volverás a tu señor.
¿A la alegría de tu señor?
A tu señor.
¿A la ira de tu señor?
¡A tu señor!
¿A la merced de tu señor?
¡A tu señor!
Escribe.
Escribe tu ilusión, tu paso,
en las referencias y las ventanas.
No eres la primavera que
viene cada primavera. Entra y escribe.
Escribe las palabras del mar
y de la tierra. Escribe el entusiasmo y el cansancio, la perdiz y la piedra. La
dulzura y la fuerza. Escribe el actor y el mártir. La cama y la conciencia.
Entrégate a tu mano, deja que tu mano se derrame sobre las fuentes.
Mueres, hombre. ¡Escribe!
¡Escribe! ¡Escribe! Tu disgusto en la nieve, tu ira en el cobre, tu afecto en
el sol. Escribe tu amor en todos los ojos.
Que la cerilla sea una
palabra en la sombra, el abrigo una palabra en la escarcha, la brisa una
palabra en el calor, y una palabra sean la distancia y el encuentro, la boca y
el río.
Que los hombres después de
ti duerman con la palabra.
Que las mujeres después de
ti duerman con la palabra.
Y que la palabra sea tú
después de ti.
(Ounsi El Hage, “En la escarcha el abrigo es una palabra”, en Allí donde el río se incendia. Antología de
la poesía libanesa moderna. Traducción de Joumana Haddad. Adaptación de José
Luis Reina Palazón. Málaga, Ediciones de Aquí, col. Norte y sur, 2, 2005)
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