domingo, 24 de enero de 2016

El arte de arder y perder (Tres poemas de Mirta Rosenberg)


The art of losing isn't hard to master;
so many things seem filled with the intent
to be lost that their loss is no disaster.
(Elizabeth Bishop)

EL ARTE

El arte sería tocarte, un invento,
insignificante si el olvido lo demora. Lo siento
porque es ahora estallido de la rosa
presurosa del instante,
extraviada en el jardín

y devuelta por el sinfín
de las horas transcurridas: una... dos... tres...
Si te toco, ¿cómo es? Hay lo mucho de lo poco, digo
el beso, el exceso del miraje y... ¿puede ser, ahora sigo,
el encaje de tu aliento

en el reloj del oleaje? Atravieso
los celajes, el fervor, las profecías (¿el amor?
¿no será la porfía de la "máquina del dolor"?)
y llego acá: "El arte sería tocarte". Silencio. No
confundo confetti con maná

pero igual estoy perdida
entre viejas cartografías de la ruta de la seda
y la pasión como centro. ¡Ah corazón, me decía,
explícate como yo, que estoy adentro de un cuerpo
y sin embargo con vida!

LA CONSECUENCIA

Esto es un árbol. La raíz dice raíz,
rama cada rama, y en la copa
está la sala de recibo
de un mirlo que habla.

La mesa donde escribo
—una fiesta de solteras—
está hecha de madera de ese árbol
convertida por el uso y por el tiempo
en la palabra mesa.

Es porque da frutos que caen
y por el gremio perenne de sus hojas
que se renueva el árbol
y que existe la palabra árbol:

aunque a veces el bosque
lo oculte a la vista, lo contiene
el árbol en la palabra árbol.

Y no es que éste sea un poema abstracto.
Es que las palabras  se repiten entre sí
por el sentido: son solteras y sociables
y de sus raíces crece un árbol.

VEINTE AÑOS DE MI VIDA

vuelven embalsados tras el agua clara de tus ojos
y allí nos veo de los veinte a los cuarenta,
en un abuso de autobiografía,

los años de arder y perder algo cada día,
paciente materia de los versos, donde quedó en rastrojo
para volver a su cultivo a los sesenta.

¿No será ya tarde, no será un acto de arrojo,
temerario, reanudar la mutua compañía
a esta edad cuya sintaxis, más honda, segregada y lenta

nos somete a oscilaciones y súbitos antojos
de un calendario con feriados de manías,
viejas compartidas, aunque la vida sea todo lo que cuenta?

Los años de arder, por esta facultad que alojo
de nombrar, han recibido el bautismo de María.
Y por más de un motivo la voluntad que alienta

en ese nombre trae una calma nueva y alegría
pese que al cuerpo consentido, siempre flojo
de espíritu y avanzando a tientas.

(Mirta Rosenberg. El arte de perder y otros poemas. Edición de Olvido García Valdés. Valencia, Pre-Textos, col. La Cruz del Sur, 1328, 2015)

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