viernes, 18 de septiembre de 2015

El arte de desaparecer (VI)


Debido a la previsión de mi padre (la había mostrado cuando abandonamos Viena en 1924), llegué a Estados Unidos en enero de 1940, durante la falsa guerra. Dejamos Francia, donde había nacido y crecido, sin sufrir daño. Así que sucedió que no estaba allí cuando gritaron los nombres. No estaba de pie en la plaza pública con los demás niños, los mismos con los que había crecido. Tampoco tuve que ver desaparecer a mi padre y a mi madre cuando las puertas del tren se abrieron de golpe. Sin embargo, en otro sentido, soy un superviviente, y no estoy intacto. Si con frecuencia pierdo el contacto con mi propia generación, si lo que me atormenta y controla mis hábitos de percepción choca a muchas de las personas a quienes debería estar unido y con quienes debería trabajar en mi mundo presente, un mundo que ellas consideran remotamente siniestro y artificial, es debido a que el negro misterio de lo que ocurrió en Europa es a mis ojos inseparable de mi propia identidad. Precisamente porque no estaba allí, porque un golpe de buena fortuna arrancó mi nombre de la lista.

(George Steiner. Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano. Traducciones de Miguel Ultorio, Beatriz Eguibar y Tomás Fernández Aúz. Barcelona, Gedisa, 2003)

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