Bienaventurado el que lee.
Apocalipsis 1: 3
A lo que me he estado encaminando todo el tiempo es
a la noción de la capacidad literaria humana. En esa gran polémica con los
muertos vivos que llamamos lectura, nuestro papel no es pasivo. Cuando es algo
más que fantaseo o un apetito indiferente emanado del tedio, la lectura es un
modo de acción. Conjuramos la presencia, la voz del libro. Le permitimos la
entrada, aunque no sin cautela, a nuestra más honda intimidad. Un gran poema,
una novela clásica nos asedian; asaltan y ocupan las fortalezas de nuestra
conciencia. Ejercen un extraño, contundente señorío sobre nuestra imaginación y
nuestros deseos, sobre nuestras ambiciones y nuestros sueños más secretos. Los
hombres que queman libros saben lo que hacen. El artista es la fuerza incontrolable:
ningún ojo occidental, después de Van Gogh, puede mirar un ciprés sin advertir
en él el comienzo de la llamarada.
(George Steiner. Lenguaje y Silencio. Traducción de Miguel Ultorio, Tomás Fernández
Aúz y Beatriz Eguibar. Gedisa, Barcelona, 2003. Imagen: Una librería durante el
Blitz --llamarada o relámpago— que asoló Londres entre el 7 de septiembre de
1940 y el 16 de mayo de 1941. Otra llamarada –ese muchacho guarda el
secreto— fue la que resistió y venció)
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