sábado, 20 de diciembre de 2014

Leví y Yehudá


Quiero que duermas, niño;
 y que se duerma el mar, que al fin se duerma
 esa aflicción inacabable.
(Simónides de Ceos)

Era curioso, Leví y Yehudá eran unos grandes granujas, y había que andarse con cien ojos para que no te engañaran con los precios y la procedencia de los productos que vendían, pero al llegar la noche, cuando empezaban a hablar de sus andanzas, nadie era capaz de decir cosas más dulces y amables que ellos. ¡Qué extraño era el mundo! El engaño florecía en el corazón del amor; la luz guardaba frutos oscuros; los palacios, estancias malditas; los sacerdotes se humillaban ante Dios, pero se comportaban como tiranos ante sus fieles; y las muchachas más puras se vendían como prostitutas. Todo era doble, nada era lo que parecía, el fuego daba calor en las noches de invierno pero destruía las casas y las cosechas, el agua que alimentaba los campos se llevaba a los niños ahogados, la mano que acariciaba era la misma que hería y robaba, las palabras de las más bellas historias les servían a los tiranos para insultar a sus esclavos. Los hombres eran víctimas y verdugos, reyes y sirvientes, pastores y ladrones de ganado. Tenían dos almas, una que todo lo recordaba y otra que sólo quería olvidar.

(Gustavo Martín Garzo. Y que se duerma el mar. Barcelona, Lumen, 2012. Ilustración de la cubierta de Pablo Auladell. Vid. Simónides de Ceos, en Juan Ferraté (ed.). Líricos griegos arcaicos. Barcelona, Seix Barral, 1968, fragmento 21)

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