Junto
al borde saliente de esta roca
pulida
como un plato
cocino
mi pobreza en el río de agosto.
Reposas
a mi lado, conjeturo.
A
ráfagas, el soplo del nordeste
tremola
y rumorea en mis oídos
enredado
con un habla difusa.
Cuando
tus labios quieren conversar
sobre
la cortadora, o el tumor
en
el ovario de tu hermana, la
bruñida
quemadura me suspende
y
nada escucho con exactitud,
nada
atiendo que no sea recóndito.
Cabecean
los cirros en su piélago
y
cimbrea la luz como una cabellera
vigorosa.
Formo un ángulo recto
con
antebrazo y codo, y encuadro tu cadera
y
el vello que, cobrizo, se remueve
como
avena salvaje.
La
brisa da su voz a este amargor del véspero.
Desearías
decirme
que
la temperatura ha decrecido
y
patina el frescor en tus facciones
y
a tus muslos flagela un aura incómoda.
Dirías,
si pudieras hacerme comprender,
que
la arena te aguija la piel, y la granula,
estás
presente, y el temblor te ovilla.
Pero
no te percibo. Soy el último
amante
desceñido del halago de agosto,
el
último en gozar su piedra cálida
y
bañarse feliz en la elegía.
(Rafael
Fombellida, en la revista
Cuaderno Ático,
5, 2014)
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