Eres
parte de mi existencia, de mí mismo. Has estado presente en cada una de las
líneas que he leído, desde que vine aquí, un vulgar y tosco pobrecillo cuyo
corazón heriste ya entonces. Has estado presente en cada proyecto desde aquel
día, en el río, en las velas de los barcos, en los marjales, en las nubes, en
la luz, la oscuridad, el viento, los bosques, el mar, las calles. Has encarnado
cada fantasía con la que mi mente ha tropezado. No son más reales las
piedras de las que están hechos los más recios edificios de Londres, ni
tendrías mayor dificultad en desplazarlos con la mano de lo que han sido y
seguirán siendo para mí tu presencia y tu influencia, allí y en todo lugar.
Estella, hasta el último instante de mi vida no podrás sino ser parte de mi
carácter, parte de lo poco que de bueno hay en mí, parte de lo que de malo
llevo. Pero en esta separación, sólo puedo asociarte a lo bueno y fielmente te
recordaré vinculada a ello, pues tienes que haberme hecho más bien que mal,
cualquiera que sea la punzante tristeza que ahora pueda sentir.
(Charles
Dickens. Grandes esperanzas. Traducción
de Miguel Ángel Pérez Pérez. Madrid, Alianza Editorial, col. El libro de
bolsillo, 5023, 2012. Imagen: fotograma de Great Expectations (Cadenas rotas, en España), 1946, de David Lean)
Precioso.
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