Ante
todo, nadie poseerá casa propia, excepto en caso de absoluta necesidad. En cuanto
a víveres, recibirán de los demás ciudadanos, como retribución por su guarda,
lo que puedan necesitar unos guerreros fuertes, sobrios y valerosos, fijada su
cuantía con tal exactitud que tengan suficiente para el año, pero sin que les
sobre nada. Vivirán en común asistiendo regularmente a las comidas colectivas
como si estuviesen en campaña. Por lo que toca al oro y la plata, se les dirá
que ya han puesto los dioses en sus almas, y para siempre, divinas porciones de
estos metales y por tanto para nada necesitan de los terrestres, ni es lícito
que contaminen el don recibido aliando con la posesión del oro de la tierra,
que tanto crímenes ha provocado en forma de moneda corriente, el oro puro que
en ellos hay. Serán, pues, ellos los únicos ciudadanos a quienes no esté
permitido manejar ni tocar el oro ni la plata, ni entrar bajo el techo que
cubra estos metales, ni llevarlos sobre sí, ni beber en recipiente fabricado
con ellos. Si así proceden, se salvarán ellos y salvarán a la ciudad; pero sí
adquieren tierras propias, casas y dinero, se convertirán de guardianes en
administradores y labriegos, y de amigos de sus conciudadanos en odiosos
déspotas. Pasarán su vida entera aborreciendo y siendo aborrecidos, conspirando
y siendo objeto de conspiraciones, teniendo, en fin, mucho más y con más
frecuencia a los enemigos de dentro que a los de fuera; y así correrán, en
derechura al abismo, tanto ellos como la ciudad.
(Platón.
La República. Edición bilingüe, estudio preliminar y notas de José Manuel
Pabón y Manuel Fernández Galiano. Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1969)
Interesante texto. ¿Aplicable tal vez? Ni tanto ni tan calvo, un término medio sería lo deseable, sin aborrecer ni los unos ni los otros:-)
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