miércoles, 19 de junio de 2013

KE 6-8018


Negra dama,
dos ojos,
ordinaria como el tabaco, ¿quién te ha entintado?
El zapatero no pudo ser,
ni el escultor ni el cubista.
Un tronco eres tú, con dos palanganas.
Eres un edulcorante, una chupa-sangre, --eso es todo,
una voz cálida, una amenaza y entonces la muerte.
¿Por qué la muerte? La muerte está en cada adiós.

¿Amor,
cuando te vayas en qué grieta te esconderás?
¿Qué signos quedarán?
Cieno negro no saldrá de ahí,
tampoco la estela de los viajeros.
Descansarás
en mi hombro como un murciélago ahogado.
En una mano tendré que sostener este silencio.
No habrá ninguna huella más.
Habrá sólo esa peculiar espera.
No habrá nada que recoger.
No habrá nada.

Sostendré el hilo pescado a través del techo
que lleva al tejado, al poste, a la hierba,
y termina en el mar.

No quiero esperar en los rieles
pensando en la muerte,
esa piedra singular.
Voy a llamar al hijo varón que nunca tuve.
Llamaré como el judío a la puerta.
Llamaré a la herida una y otra vez
y tú no te rendirás
y no será nada,
negra dama, nada,
a pesar de que esperaré,
desatada y desoída.

3 de enero de 1964

(Anne Sexton. Poesía completa. Traducción de Jesús Luis Reina Palazón. Prólogo de Maxime Kumin. Ourense, Ediciones Linteo, 2013).

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