sábado, 10 de noviembre de 2012

Mortalidad



El conocido modelo de las etapas de Elisabeth Kübler-Ross, según el cual uno progresa de la negación a la ira y luego pasa de la negociación y la depresión hasta la bendición final de la “aceptación”, no se ha aplicado mucho en mi caso por el momento. En cierto modo, supongo, he estado “negando” durante un tiempo, quemando a sabiendas la vela por sus dos extremos y descubriendo que a menudo produce una luz preciosa. Pero, precisamente por esa razón, no me veo golpeándome la frente conmocionado ni me oigo gimotear sobre lo injusto que es todo: he retado a la Parca a que alargue libremente su guadaña hacia mí y ahora he sucumbido a algo tan previsible y banal que me resulta incluso aburrido. En cambio, me oprime terriblemente la persistente sensación de desperdicio. Tenía auténticos planes para mi próximo decenio y me parecía que había trabajado lo bastante como para ganármelo. ¿Realmente no viviré lo suficiente para ver cómo se casan mis hijos? ¿Para ver cómo el World Trade Center se alza de nuevo? ¿Para leer –si no escribir— las necrológicas de viejos villanos como Henry Kissinger y Joseph Ratzinger?

(Christopher Hitchens. Mortalidad.
Traducción de Daniel Gascón.
Barcelona, Debate, 2012).

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