I
esa
agua
es la casa de la nutria,
el
brillo oscuro
su
alegría fría,
la
corriente en la noche
su
rapidez de nadadora
tú
que fuiste pájaro
tal
vez gato
ahora
o nutria
ojillos,
piel que chorrea
agua
ahora,
con
patitas cortas sube
a
la roca y se atusa
II
No
mucho antes de su suicidio, Raymond
Roussel
valora sobre todo en su escritura
la
ausencia de realidad, poder
de
la imaginación y un esfuerzo sin fatiga
sobre
ingenios lingüísticos que a sí
mismo
se da. Ninguno de sus viajes
dejó
nada en sus libros; adora a Julio
Verne
como el más grande,
y cree
en
sí, cree en su grandeza como en una
perdida
alegría muy íntima; recuerda
haber
sido feliz cuando niño.
III
Tu
irradiación es otra porque sabes
de
muerte; en tu blancura caben
todas
las formas pálidas
de
la luz, todas las
sombras;
en tu distancia suena
la
urraca que amanece y el azul
que
vendrá; tenue el ladrillo
tiene,
que te va recortando, más
de
seiscientos años, que te va
recordando
si recordar pudiera
materia
que envejece y
permanece.
Sois el ladrillo
y
tú quietos para nosotros
presencias
desplazadas que
pasamos;
porque de muerte
sabes
desvanecida en cielo
con
el día, uña casi
invisible
o parece que sabes.
IV
qué
bueno
que murieron, si hubiera
que
llevarlos y traerlos por este
raro
mundo, benigna es
la
muerte para lo frágil
de
piel finísima y huesecillos
V
por
el
corredor va el mirlo entre dos alas
a
recogerse, ni nido ni canto en el
ciprés,
aún noches largas
y
amanecer adormecido
(Olvido
García Valdés. Lo
solo del animal.
Barcelona, Tusquets Editores, Col. Marginales
274 - Nuevos Textos
Sagrados, 2012).
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