jueves, 21 de mayo de 2009

Musée des Beaux Arts


Nunca se equivocaron sobre el dolor

los Maestros Antiguos: qué bien comprendieron
su lugar entre los hombres: cómo surge
mientras otra persona está comiendo, o abriendo una ventana, 
o simplemente paseando sin ganas;
cómo, cuando los ancianos esperan con pasión y reverencia
el nacimiento milagroso, siempre tiene que haber
niños que no arden en deseos de que suceda; patinando
en un estanque junto al bosque.
Jamás olvidaron
que incluso el terrible martirio debe seguir su curso
de todos modos, en un rincón, en algún sitio desordenado
donde los perros siguen viviendo sus vidas de perro y el caballo del torturador
se rasca su trasero inocente contra un árbol.

El Ícaro de Brueghel, por ejemplo: cómo todo sucede
en calma, impasible ante el desastre; el labrador tal vez
haya oído el chapuzón, el grito desolado;
pero para él no es una desgracia importante: el sol brilla,
como debe ser, iluminando las piernas blancas que se hunden
en el agua verdosa. Y el barco lujoso y delicado, que debe haber visto
algo tan asombroso como un muchacho cayendo del cielo,
tiene un rumbo que seguir y continúa navegando tranquilamente.
(Poema de Wystan Hugh Auden en la traducción de Javier Calvo. Pieter Brueghel el Viejo. Paisaje con la caída de Ícaro. c. 1558. Museo de Bellas Artes de Bélgica, Bruselas)

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