Lágrimas generosas colmaron los ojos de Gabriel. Nunca había sentido aquello por ninguna mujer, pero supo que ese sentimiento tenía que ser amor. A sus ojos las lágrimas crecieron en la oscuridad parcial del cuarto y se imaginó que veía una figura de hombre, joven, de pie bajo un árbol anegado. Había otras formas próximas. Su alma se había acercado a esa región donde moran las huestes de los muertos. Estaba consciente, pero no podía aprehender sus aviesas y tenues presencias. Su propia identidad se esfumaba a un mundo impalpable y gris: el sólido mundo en que estos muertos se criaron y vivieron se disolvía consumiéndose.
(James Joyce: “Los muertos”, en Dublineses. Traducción de Guillermo Cabrera Infante. Madrid, Alianza Editorial, 1998. Escena de la película homónima de John Huston: http://www.youtube.com/watch?v=a8V_V_WQAqw)
No hay comentarios:
Publicar un comentario