Dicen otra cosa: que cuando te aferra te arrastra, te eleva, sientes, en la medida en que existe alguien para sentirlo, algo cuya naturaleza es un inmenso alivio. Han desaparecido el deseo y la angustia que constituyen el fondo de la vida humana. Volverán, por supuesto, porque al menos que seas uno de esos iluminados de los que los hindúes afirman que existe uno por siglo, no es posible permanecer en ese estado. Pero han probado lo que es la vida sin ellos, saben de primera mano lo que es salir bien parado.
A continuación desciendes. Has vivido en un relámpago toda la duración del mundo y su abolición, y recaes en el tiempo. Recuperas la antigua yunta: el deseo, la angustia. Te preguntas: “¿Qué hago yo aquí?” Entonces puedes pasarte, como Hervé, los treinta años siguientes dirigiendo, pensativo, esta experiencia incomparable. O puedes, como Eduard, volver a tu barraca, tumbarte en la litera y escribir esto en su cuaderno:
“Esperaba esto de mí. Ningún castigo puede alcanzarme, sabré transformarlo en felicidad. Una persona como yo puede extraer gozo incluso de la muerte. No volveré a tener las emociones del hombre corriente."
(Emmanuel Carrère. Limónov. Trad. Jaime Zulaika. Anagrama, 2024, págs. 374-375)
Él no teme a la muerte,
ya no la temerá nunca.
Ha cruzado al otro lado.
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