jueves, 5 de octubre de 2023

La masía

La ventana de la cocina era angosta y honda como el agujero de una oreja. Dejaba pasar una luz indirecta, tempranera, azulada, que desleía las formas y los colores. Las paredes desconchadas y la campana del hogar eran blancas, las manchas de humedad, grises, la encimera era amarilla, las ranuras del fregadero eran negras, los armarios eran de colores tostados con tiradores metálicos picados de óxido, el suelo era de baldosas grana, los escaños, las sillas y la mesa eran de madera de pino, con diferentes pátinas de desgaste y de barniz. La cocina tenía dos puertas. Una maciza, con dos peldaños, que se abría a una despensa morada y fría como un hígado. Y otra con cuarterones de cristal que daba al zaguán. El zaguán de la masía era húmedo y oscuro, como una garganta. De paredes ásperas, que eran la carne de las mejillas por dentro. Con un techo de vigas, como las rayas de un paladar, y el suelo de piedra, que era una lengua gastada de tanto engullir. Había allí un zapatero lleno de zapatos puestos de cualquier manera. Un banco. Un armario empotrado con las puertas carcomidas y una aldabilla de madera. Tres ganchos cubiertos de chaquetas como chepas. Una caja llena de botellas de cristal vacías. De las paredes colgaban herramientas de trabajar el queso; una lira y moldes de mimbre. En el suelo había dos lecheras de adorno. El arco del portal eran unas encías. La puerta cerrada que daba afuera, unos dientes apretados. Unas escaleras de baldosa, estrechas como un espinazo, conducían al piso de arriba. El fondo de la garganta que era el zaguán daba a unas cochiqueras alargadas de suelo prensado, una sola ventana, comederos empotrados a la pared, un pilón rudimentario, sacos, cubos, una horca, forraje y paja, una balda metálica con herramientas y polvo, y una salida que daba a un corral. Las cochiqueras estaban divididas en dos. En un lado había cuatro cabras escuálidas. En el otro, una carroza. Una de las cabras era blanca. La otra parda. El macho era negro. Había un cabrito pardo con la cara blanca. La carroza era dorada y azul, con cojines y cenefas bordadas, flecos de seda plisada y estrellas pintadas de oro.

(Irene Solá. Te di ojos y miraste las tinieblas. Traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera. Barcelona, Anagrama, 2023)

Te di oídos y tú escuchaste a otro

Te di boca y confabulaste con otro

Te di ojos y miraste las tinieblas

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