martes, 10 de mayo de 2016

El problema que se plantea es que…


Es grave advertir
que después del orden
de este mundo
hay otro orden.

¿Cuál es?

No lo sabemos.

El número y el orden de las suposiciones posibles
en ese ámbito
es justamente
¡el infinito!

¿Y qué es el infinito?

No lo sabemos con precisión.

Es una palabra
de la que nos servimos
para indicar la apertura
de nuestra conciencia
a la posibilidad desmesurada
inagotable y desmesurada.

¿Y qué es la conciencia?

No lo sabemos con certeza.

Es la nada.

Una nada
de la que nos servimos
para indicar
cuando no sabemos algo,
con respecto a qué
no lo sabemos
y entonces
decimos
conciencia
en cuanto a la conciencia
pero hay muchos otros aspectos.

¿Y entonces?

Parecería que la conciencia
está ligada en
nosotros
al deseo sexual
y al hambre;

pero podría
muy bien
no estar ligada a ellos.

Se dice, se puede decir,
hay quienes dicen
que la conciencia
es un apetito,
el apetito de vivir;

inmediatamente
al lado del apetito de vivir
aparece en el espíritu
el apetito del alimento

como si no hubiera personas que comen
sin ninguna clase de apetito
y que tienen hambre.

Porque también
existen
quienes tienen hambre
sin apetito;

¿Y entonces?

Entonces

un día el espacio de la posibilidad
se me presentó
como si me hubiera tirado
un gran pedo;
pero no sabía con exactitud qué eran
ni el espacio,
ni la posibilidad,

y no experimentaba la necesidad de pensarlo;

eran palabras
inventadas para definir cosas
que existían
o no existían
frente a la urgencia apremiante
de una necesidad:
suprimir la idea,
la idea y su mito
y hacer reinar en su lugar
la manifestación tonante
de esa explosiva necesidad:
dilatar el cuerpo de mi noche interna,

de la nada interna
de mi yo que es noche
nada,
irreflexión,
y que, sin embargo, es una afirmación explosiva:
hay que dejarle lugar
a algo,

a mi cuerpo.

Pero, ¿reducir mi cuerpo
a ese gas hediondo?
¿Decir que tengo un cuerpo
porque/ tengo un gas hediondo
que se forma dentro mío?

No lo sé
sin embargo
sé que
el espacio,
el tiempo,
la dimensión,
el devenir,
el futuro,
el porvenir,
el ser,
el no ser,
el yo,
el no yo,

no son nada para mí;

en cambio hay una cosa
que significa algo,
una sola cosa
que debe significar algo,
y que siento
porque quiere
SALIR:
la presencia
de mi dolor
de cuerpo,

la presencia
amenazadora
infatigable
de mi cuerpo;

aunque me acucien con preguntas,
y yo niegue todas las preguntas,
hay un punto
en el que me veo forzado
a decir no,
NO
a la negación;
y llego a ese punto cuando
me acosan,
me abruman,
me cuestionan
hasta que se aleja
de mí el alimento mi alimento y su leche,
y ¿cuál es el resultado?

Que me ahogo;
no sé si es una acción
pero al acosarme así con preguntas
hasta la ausencia
y la nada de la pregunta,
me atormentaron
y sofocaron
en mí
ía idea de cuerpo
y de ser un cuerpo,

entonces sentí lo obsceno

y me tiré un pedo
arbitrario
de vicio
y en rebeldía
por mi asfixia.

Porque hostigaban
hasta mi cuerpo
hasta el cuerpo

y en ese momento
hice estallar todo
porque a mi cuerpo
nadie lo manosea.

(Antonin Artaud. Para terminar con el juicio de Dios y otros poemas. Traducción de María Irene Bordaberry y Adolfo Vargas. Apéndice de Alberto Drazul. Buenos Aires, Ediciones Caldén, col. El hombre y su mundo, 17, 1975. Imagen: Antonin Artaud (a la derecha) en La pasión de Juana de Arco de Carl Theodor Dreyer y 1928)

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