No morir como un monarca, rodeado de
cortesanos, galenos, prelados y notarios; tampoco como cualquier padre de
familia, asistido por mujer, hijos y parientes; ni siquiera ante colegas y
empleados, en plena labor cotidiana; mucho menos en la calle, fulminado, entre
peatones curiosos, fugaces o aterrados. Morir como un animal herido, en lo más
profundo del bosque, en el corazón de la selva oscura, solo, donde no cabe
esperar socorro ni compasión de nadie.
(Julio Ramón Ribeiro. Prosas apátridas.
Barcelona, Seix Barral, 2007)
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