Cae la oscuridad en este pueblo del medio oeste
donde vivimos una vez cuando los mitos chocaron.
El crepúsculo ha ocultado el puente
sobre el río que corre y se ahonda
para convertirse en el agua
que el héroe cruzó camino al infierno.
No lejos de aquí está nuestro antiguo departamento.
Teníamos una cocina y una mesa rústica.
Teníamos una buena vista. Y allí descubrimos
que el amor tenía la pluma y el músculo de las alas
y que había venido a vivir con nosotros,
un hermano de fuego y aire.
Tuvimos dos niños, uno de los cuales
fue rozado por la muerte en este pueblo
y perdonado: y cuando el héroe
fue aclamado por sus compañeros en el infierno
sus bocas se abrieron y sus voces fallaron
y no se sabe qué habrían preguntado
sobre una vida que habían compartido y perdido.
Soy tu esposa.
Fue hace muchos años.
Nuestro hijo se curó. Todavía nos queremos.
Desde nuestras distancias cotidianas y ordinarias
nos hablamos francamente. Nos oímos mutuamente
con claridad.
Y sigo queriendo verte
sobre el puente del río Iowa cuando tenías
nieve en los hombros de tu abrigo
y pasaba un coche con sus faros encendidos:
Te veo como a un héroe en un texto
—la radiante imagen y los bordes dorados—
y anhelo gritar la épica pregunta
mi querido compañero:
¿Volveremos a vivir tan intensamente alguna vez?
¿Volverá otra vez el amor a nosotros y será
tan formidablemente sereno que con sólo mirarlo
nos permita elevarnos?
Pero las palabras son sombras y no puedes oírme.
Te vas y no te puedo seguir.
(Eavan Boland, en Poesía irlandesa contemporánea. Selección, traducción,
prólogo y notas de Jorge Fondebrider y Gerardo Gambolini. Buenos Aires, Libros
de Tierra Firme, 1999)
Versos reales y tremendamente realistas. Es fácil imaginar la historia.
ResponderEliminarUn saludo
Un saludo, Katy
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