martes, 4 de noviembre de 2014

Amor


Cae la oscuridad en este pueblo del medio oeste
donde vivimos una vez cuando los mitos chocaron.
El crepúsculo ha ocultado el puente
sobre el río que corre y se ahonda
para convertirse en el agua
que el héroe cruzó camino al infierno.

No lejos de aquí está nuestro antiguo departamento.
Teníamos una cocina y una mesa rústica.
Teníamos una buena vista. Y allí descubrimos
que el amor tenía la pluma y el músculo de las alas
y que había venido a vivir con nosotros,
un hermano de fuego y aire.

Tuvimos dos niños, uno de los cuales
fue rozado por la muerte en este pueblo
y perdonado: y cuando el héroe
fue aclamado por sus compañeros en el infierno
sus bocas se abrieron y sus voces fallaron
y no se sabe qué habrían preguntado
sobre una vida que habían compartido y perdido.

Soy tu esposa.
Fue hace muchos años.
Nuestro hijo se curó. Todavía nos queremos.
Desde nuestras distancias cotidianas y ordinarias
nos hablamos francamente. Nos oímos mutuamente
con claridad.

Y sigo queriendo verte
sobre el puente del río Iowa cuando tenías
nieve en los hombros de tu abrigo
y pasaba un coche con sus faros encendidos:

Te veo como a un héroe en un texto
—la radiante imagen y los bordes dorados—
y anhelo gritar la épica pregunta
mi querido compañero:

¿Volveremos a vivir tan intensamente alguna vez?
¿Volverá otra vez el amor a nosotros y será
tan formidablemente sereno que con sólo mirarlo
nos permita elevarnos?

Pero las palabras son sombras y no puedes oírme.
Te vas y no te puedo seguir.

(Eavan Boland, en Poesía irlandesa contemporánea. Selección, traducción, prólogo y notas de Jorge Fondebrider y Gerardo Gambolini. Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1999)

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