Esta es la cabellera de la Shoá.
Calla más que el silencio y está ciega.
Lo ve todo. Retumba.
Espeleólogos de la Conciencia,
cucharones del alimento base de la huella del dedo,
intrépidas linternas de la guerra a la sombra,
tendones de lo erguido hacia la sima
gusana del capullo del horror:
¿oís como llama la llamada en llamas?
: Sube desde la cueva callando resonando,
trepa por las aristas de las lágrimas,
clava las uñas de las paredes de la humillación,
asciende pelo a pelo, resucita sin tregua,
suena con un silencio en que se incendia
el tímpano de lo testigo: ¿oís la crepitación,
oís la llamada?
Descended a la cueva.
Agrimensores del agravio de horizonte a horizonte,
gramáticos del crimen y de la indignación,
enciclopédicos del libro de los ojos abiertos,
eruditos del códice de las desolaciones,
escribanos sin miedo a enarbolar las sienes de las letras
…bajad hacia lo oscuro con vuestro diccionario
lleno de dedos índices y sílabas dentales,
ponedle a lo innombrable sus nombres concienzudos,
deletread con arrojo de amor esa melena:
la cueva os besará vuestro lápiz airado.
¡Ánimo, tristes, otro escaloncito…!
¡Todos abajo, todos hacia el Bulto,
todos a honrar a este alarido de noche rasurada,
almohadón muchedumbre del insomnio!
¡Todos abajo, hasta la sopa originaria
que segrega en sus ubres las lombrices del odio!
¡Árbitros del dolor, todos abajo!
Vigas de la justicia vigorosa, severos
magistrados ante la podre de la inquidad:
soportad este tufo en la yel de la cueva,
chapotead en la grasa vieja de la calumnia,
dadle la bienvenida a vuestro asco
con una venia de náusea en la faringe
y, ya asqueados, ya honorables, oh gentes
de bien, flamígeros de la piedad,
ejerced vuestro ministerio: legislad
con una gran versal en la memoria umbría
y dos puntos guardianes delante del futuro:
¡considerandos, pruebas y condenas
para esta vil letrina en que defeca el ano
del genocidio! Legislad
con las palabras empuñadas.
Descended a la cueva. ¡Abajo, justos,
a edificar la represalia que se llama Conciencia!
¡Que la Conciencia espante
las seducciones de la cobardía!
¿Oís la llamada? ¿Veis el pavoroso
dulcísimo incolor de esta melena?
*
Esta es la cabellera de la Shoá.
Calla más que el silencio y está ciega.
Lo ve todo. Retumba.
*
La cabellera de la Shoá
pesa mil novecientos kilos de pelo de mujer.
La cabellera de la Shoá
pesa un milenio y otro de ruidos cercanos en la noche.
La cabellera de la Shoá
pesa setecientos mil días de diáspora.
La cabellera de la Shoá
pesa dos toneladas europas de desmisericordi.
La cabellera de la Shoá
pesa dos mil colmillos anuales de calumnias.
La cabellera de la Shoá
pesa un derrumbamiento del sosiego
multiplicado por cien generaciones
de criaturas humanas como tú.
Todo esto antiguo y junto pesa esta cabellera
de suave pelo de mujer sin nombres.
La cabellera de la Shoá
pesa mil novecientos cincuenta abismos de silencio.
(…)
Esta es la cabellera de la Shoá.
Calla más que el silencio y está ciega.
Lo ve todo. Retumba.
(Félix Grande. Fragmentos de “Los cabellos de la Shoá”, 2010, en “Biografía (1958-2010)”. Barcelona, Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, 2011).
¿OÍS LA LLAMADA?
¿USTEDES SABEN ESCUCHAR?
NADA EL SILENCIO EN EL SILENCIO
¿USTEDES SABEN ESCUCHAR?
¿USTEDES SABEN ESCUCHAR?
¿USTEDES SABEN ESCUCHAR?
¿USTEDES SABEN ESCUCHAR?
II
–C. Lanzmann: ¿Puede describirlo con precisión?
–Abraham Bomba: Describir con precisión… Esperábamos… De repente el transporte… Mujeres y niños, una riada… Nosotros, los barberos, empezábamos a cortar los cabellos y algunas, yo diría que todas, ya sabían lo que les ocurriría. Intentábamos hacerlo lo mejor posible… Ser tan humanos como fuera posible.
–C. L.: ¡Perdón! ¿Cuando entrabais en la cámara de gas, vosotros ya estabais allí o entrabais detrás de ellas?
–A. B.: Ya lo he dicho: nosotros estábamos primero. Las esperábamos.
–C. L.: ¿Dentro?
–A. B.: Sí, dentro de la cámara de gas.
–C. L.: ¿Y de repente llegaban ellas?
–A. B.: Sí, entraban.
–C. L.: ¿Cómo eran?
–A. B.: Estaban desnudas, sin ropa, totalmente desnudas.
–C .L.: ¿Totalmente desnudas?
–A. B.: Totalmente desnudas. Todas las mujeres y niños.
–C. L.: ¿Los niños también?
–A. B.: Los niños también, porque salían de los barracones después de desnudarse, y debían sacarse la ropa antes de ir a la cámara de gas.
–C. L.: ¿Qué sentisteis la primera vez que las visteis desnudas?
(…)
–C. L.: Os he preguntado qué sentisteis la primera vez que visteis a esas mujeres desnudas y a los niños. No me habéis contestado.
–A. B.: Sabéis, allí no “sentíamos” nada… Era muy duro tener sentimientos: imagínese, trabajar día y noche entre los muertos y los cadáveres. Tus sentimientos desaparecen. Eres como muerto al sentimiento, muerto a todo. Os explicaré una cosa: durante el período que fui barbero en la cámara de gas, llegaron unas mujeres en un transporte procedente de mi ciudad, Czestochowa. Yo conocía a muchas de ellas.
–C. L.: ¿Las conocíais?
–A. B.: Sí, las conocía, vivía en la misma ciudad, en la misma calle. Algunas eran amigas cercanas. Cuando me vieron, todas se aferraron a mí. ¿Abe, qué haces aquí? ¿Qué nos harán? ¿Qué podía decirles? ¿Qué podía decir? Uno de mis amigos estaba conmigo, también era un buen barbero de mi ciudad. Cuando su mujer y su hermana entraron en la cámara de gas…
–A. B.: Sí, las conocía, vivía en la misma ciudad, en la misma calle. Algunas eran amigas cercanas. Cuando me vieron, todas se aferraron a mí. ¿Abe, qué haces aquí? ¿Qué nos harán? ¿Qué podía decirles? ¿Qué podía decir? Uno de mis amigos estaba conmigo, también era un buen barbero de mi ciudad. Cuando su mujer y su hermana entraron en la cámara de gas…
(…)
–C. L.: Continúe, Abe. Tiene que hacerlo. Es preciso que lo haga.
–A. B.: Demasiado horroroso…
–C. L.: Os lo ruego, tenemos que hacerlo. Ya lo sabéis.
–A. B.: No podré.
–C. L.: Hay que hacerlo. Ya sé que es muy duro, lo sé, perdóneme.
–A. B.: No lo prolonguéis. (…) Lo metían todo en sacos y lo enviaban a Alemania.
(Claude Lanzmann. Diálogos de la película Shoah, 1985)
III
Hemos llegado al fondo. Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no existe, y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro: nos han quitado la ropa, los zapatos, hasta los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos escuchasen no nos entenderían. Nos quitarán hasta el nombre.
(Primo Levi. Si esto es un hombre.
Traducción de Pilar Gómez Bedate.
Barcelona, El Aleph Editores, 2003).
En un último momento de lucidez me pareció que éramos almas malditas errantes en el mundo-de-la-nada, almas condenadas a errar a través de los espacios hasta el fin de las generaciones en busca de su redención, en busca del olvido, sin esperanza de encontrarlo.
(Elie Wiesel. La noche. Traducción de Fina Warschaver.
Barcelona, El Aleph Editores, 2002).
En Buchenwald, durante el recuento, lo esperábamos durante horas. Miles de tipos de pie. Después lo anunciaban: ‘¡Qué llega! ¡Qué llega!’. Aún estaba lejos. Entonces, ya no ser nada, sobre todo no ser otra cosa que uno más entre los otros mil. ‘¡Qué llega!’. Todavía no está aquí, pero vacía el aire, lo enrarece, lo absorbe a distancia. (…) Pasa ante los miles. Ha pasado. Desierto. Ya no está aquí. El mundo se repuebla.
(Robert Antelme. La especie humana.
Traducción de Trinidad Richelet.
Madrid, Arena Libros, 2001).
Y YO LES DARÉ UN NOMBRE IMPERECEDERO.
Isaías, 56,5.
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