La
experiencia básica en esta dimensión es sensual antes que conceptual; la
percepción estética es esencialmente intuición, no noción. La naturaleza de la
sensualidad es la «receptividad», el conocimiento mediante el hecho de ser afectados
por objetos dados. Es gracias a su relación intrínseca con la sensualidad que
la función estética asume su posición central. La percepción estética está
acompañada del placer. Este placer se deriva de la percepción de la forma pura
de un objeto, independientemente de su «materia» y de sus «propósitos»
(internos o externos). Tal representación es el trabajo (o mejor el juego) de
la imaginación. Como imaginación, la percepción estética es sensualidad
y al mismo tiempo algo más que sensualidad (la «tercera» facultad básica): da
placer y es por tanto esencialmente subjetiva; pero en tanto que este placer
está constituido por la forma pura del objeto mismo, acompaña a la percepción
estética universal y necesariamente —para cualquier sujeto que la
perciba--. Aunque sensual y por tanto receptiva, la imaginación estética es
creadora; en una libre síntesis propia, constituye la belleza.
(Herbert
Marcuse. Eros y civilización. Traducción
Juan García Ponce. Barcelona, Seix Barral, 1968. Imagen: el autor entre estudiantes,
Berlín y 1967)
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