Nos despedimos en una de las esquinas del Once.
Desde la otra vereda volví a mirar; usted se había dado vuelta y me dijo
adiós con la mano. Un río de vehículos y de gente corría entre nosotros; eran las cinco de una
tarde cualquiera; cómo iba yo a saber que aquel río era el triste Aqueronte, el
insuperable.
Ya no nos vimos y un año después usted había muerto.
Y ahora yo busco esa memoria y la miro y pienso que era falsa y que
detrás de la despedida trivial estaba la infinita separación. Anoche no salí
después de comer y releí, para comprender estas cosas, la última enseñanza que
Platón pone en boca de su maestro. Leí que el alma puede huir cuando muere la
carne.
Y ahora no sé si la verdad está en la aciaga interpretación ulterior o en
la despedida inocente. Porque si no mueren las almas, está muy bien que en sus
despedidas no haya énfasis.
Decirse adiós es negar la separación, es decir: Hoy jugamos a separarnos pero nos veremos mañana. Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros.
Decirse adiós es negar la separación, es decir: Hoy jugamos a separarnos pero nos veremos mañana. Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros.
Delia: alguna vez anudaremos ¿junto a qué río? este diálogo incierto y
nos preguntaremos si alguna vez, en una ciudad que se perdía en una llanura,
fuimos Borges y Delia.
(Jorge Luis Borges. El
hacedor. Buenos Aires, Emecé, 1960)
Forma unica de expresar la separacion
ResponderEliminarSiempre es un placer leer a Borges
Abrazo
Muchas gracias. Un abrazo
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