(fragmento)
A
Miguel Casado y Olvido García Valdés
Emergieron nombres y rostros
que se mezclaron con un sentimiento, prácticamente desconocido, que es lo que
le ha mantenido en pie desde entonces: el odio.
Lo único que le ha hecho
continuar, seguir adelante durante todo este tiempo han sido el rencor, el
resentimiento, los pensamientos ofuscados, el deseo de venganza.
El odio. El odio. El odio.
Esa ha sido, esta es hoy toda su
esperanza. Su más oscura, resplandeciente primavera. Su última resurrección.
Ha aprendido a rezar.
De rodillas, en silencio,
persigue convocar la tragedia.
Ha aprendido artes oscuras.
Sabe que llegará el día de la
ira.
Sabrá conjurar la catástrofe.
Sabe que pasaron los días de la
añoranza.
Sueña con mares muertos.
Sueña con ríos poblados de
cadáveres,
recuerdos en remansos arrasados
por la tempestad.
(…)
El descubrimiento, la
fascinación, la cultura del odio. La única locura verdadera. Una pasión de
verdad.
Sólo se arrepiente de no haber
conocido ese sentimiento, ese fuerte dios pardo, con anterioridad.
El amor de su vida, lo llama,
sin ninguna ironía.
Su motor, el astro sobre el cual
gira todo lo que conoce, todo lo que ignora y le ignora, todo lo que conoce y
desconocerá.
Así es el odio.
Inconmensurable, todopoderoso,
elevado, majestuoso, abisal.
Una vez conocido, no hay marcha
atrás.
Es la droga más pura, la semilla
más fértil. Árbol que sólo ofrenda frutos sabrosos. La certeza más fresca, la
caricia más sensual.
El odio mueve su mundo. Porque
ha comprendido que es el odio lo que mueve el mundo. Donde todo movimiento
tiene su principio, donde todo pensamiento no encuentra final.
Hoy vive por él, hoy vive por y
para ello. Lo disimula muy bien. Hoy sabe que es por él –por ello, por sí
mismo-- que no está muerto.
Que no morirá.
(Fernando
Nombela. En esta luz nosotros.
Madrid, Tigres de Papel, 2014)
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