(6 de marzo de 2003)
Porque la vida no es noble, sobre las hojas de su para
siempre perdida arboleda escribe Rafael Alberti cómo, tras la lectura de los
romances neogongorinos y los primeros dramas, las actrices (Membrives, la López
Heredia & Cía.) se reían a carcajadas de Federico García Lorca. Porque la
vida no es buena, en la intimidad de unos aseos públicos el viento hombrón Luis
Buñuel le preguntó insultante si él era “maricón” o qué; años más tarde
Salvador Dalí cubriría de injurias el cuerpo indefenso del amigo huido, muerto,
fusilado. Ambos, pintor y cineasta, sus amigos, calificaron como mala la poesía
del poeta granadino y le apodaron “el perro andaluz”. Y están también las
palabras de un fatigado Jorge Luis Borges, tristemente repetidas “ad infinitum”.
Porque la vida no es sagrada, el saludo sin respuesta y la mirada homicida de
José Antonio –cubierto por gasteril tropa de niñatos-- en el ruedo ibérico de
un café madrileño regentado por las Parcas, perfumados de muerte. Y la
delicadísima Margarita Xirgu, que en el asiento delantero de un coche no
comprendía –ella, oscura magnolia— la locura tierna y febril, exasperada, de un
teatro milenario. Porque la vida no es noble ni buena ni sagrada, el poeta nace
asesinado”.
(Fernando Nombela. Soñé
la muerte y otros poetas.
Madrid, El sastre de Apollinaire, 2011)
Así
hablaba yo./ Así hablaba yo cuando Saturno detuvo los trenes/ y la bruma y el
Sueño y la Muerte me estaban buscando. Así hablaba, y hablo y hablaré yo, en
este espantoso ritornello, en esta interminable deriva en la que no me imagino
si no volviendo y volviendo atrás.
Así
sea.
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